01 diciembre 2009

Uno de diciembre

Van catorce.
Recordé aquella comida de paella, lechazo y Farias, en Covarrubias.
El cantarío gregoriano en exclusiva para ti, en aquel coche beige que navegaba las curvas del Huerna.
Un caballero con chaqueta de lana y un Eterna de oro en la muñeca.
La palanca de cambios del Simca esperando en el paragüero.
Las tardes de radio y escalímetro.
El sol blanco en la Virgen del Puerto y aquella caldera que comía zapatos.
El reloj de arena de Otis y la picadura que lo regaba todo.
Hay que celebrar, Pedrín.
Mis hijos, que no conociste, aunque te hablo de ellos, y ya se que no.
La pistola que nunca vi y las botellas de agua congelada en la nevera.
El hombro al que me encaramaste tantas veces para dormir en el arrullo de tengo de ir a les fiestes de San Roque, manín del alma.
Los milhojas sin merengón y los cafés hirviendo, y el pan aplastado, sin migona.
La bendita impaciencia y la paciencia infinita, noche tras noche.
Tu chaqueta azul y tu boina, la que te copió el general Montgomery.
Y las matrículas que apuntó Juanfer.
Y tus manos limpias.
Y la soledad que nos dejaste.

¿Dónde estás, capitán Blanco?